viernes, 29 de julio de 2016

Las enaguas celestes se derraman
como un ornamento sobre los pinos
y las hojas caídas se manifiestan
en sonoros y agudos quejidos.
El caminante sigue en su senda
portando tu insignia
en busca de tu santuario
de la roca que mana agua,
del origen de tus caudales.



Marché a la frontera
donde florecen los cardos
y los buitres vigilan a los incautos
donde la arena hace un constante guiño
al cansado astro sol;
donde apesta a brea vieja,
y escuchas un cascabel siguiendo tus pasos.
Llegué al borde
donde se contempla una nada infinita
y el siseo del viento implacable
te recuerda que estás vivo;
donde la veleidosa soledad
te replica una y otra vez
con su victoriosa y terrible danza;
donde lobos y comadrejas salivan y crujen sus mandíbulas.