domingo, 29 de enero de 2012

Se volvieron a romper
los cristales de mi oído
a quebrarse en mil
en celos y sonidos.
Y empezaste a tocar con una mano el arpa
y con la otra el órgano
de antigua madera y desgastado.
Pude escuchar a leguas
el lirismo vital de tus dedos,
aunque me sintiera derrotado
profundo sin inspiración.
Y por eso, mientras sonaba lento
me quedé absorto mirándote;
tú sin saber el profundo secreto
yo completo loco, pero discreto.
Mas hoy te llamo a gritos
desde mi viejo páramo
cuyo horizonte aún no está pintado
en las acuarelas de tus pupilas.
Y mientras espero, imagino tu rostro
plasmado sobre el blanco óleo de la nieve,
brillando por el tragaluz de los siglos
y floreciendo su escarcha entre nuestras manos.

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